sábado, 8 de octubre de 2011

Sobre el cambio social

El ensayo de Diezmo es donde se trata directamente el tema del cambio. Para Diezmo el reto consiste en considerar al mismo tiempo dos perspectivas. Por un lado, aquellas que se enfocan en las interconexiones y los sucesivos cambios, como lo sugiere Wolf, que son perceptibles por las personas en las localidades y registradas por el etnógrafo como narraciones sobre "lo que llega" (cómo las pequeñas narraciones que el propio Diezmo introduce al respecto de los cambios ocurridos en Ya’altem, Chamula, con la llegada de la escuela y en especial de la carretera, símbolo de desarrollo pero también continuidad de las viejas veredas) o registrables también en la denominación que se usa para las personas, incluyendo parte de su experiencia vital como autoridad o como migrante en la forma de referirse a la persona. Por otro lado, están las perspectivas que se enfocan en aquello que permanece, una sustancia que le da sentido a lo que llega, el pasado y su continuidad presente (y la cultura como lo que liga pasado y presente), lo que se reproduce y da identidad, como lo propone Sahlins.
De este modo, al acercarse al cambio Diezmo apunta hacia una serie de elementos narrativos sobre lo que llegó de fuera y alteró la vida de las personas y el paisaje de muchas formas, narrativas que recuerdan lo que algunos autores refieren como “modernidad” (como modificación del tiempo y el espacio de la práctica social debido al alcance y velocidad de las interconexiones y simultaneidades, según lo apuntan Giddens o Bauman). Pero queda pendiente otra pregunta: ¿qué es, entonces, lo que permanece? ¿Por qué se produce ese sentido o sentimiento tan fuerte de continuidad, de la continuidad de continuidades como dice Diezmo, a pesar de tantos cambios? Diezmo habla de la reproducción en términos de Giddens y de habitus en términos de Bourdieu, pero no alcanza a mostrar qué significaría eso para un estudio de la continuidad. Paralelamente, Diezmo nos deja otro problema: parece emplear la visión clásica de Redfield según la cual el cambio viene de fuera, de lo urbano, y la continuidad viene de dentro, del paraje o la localidad. ¿Qué otras fórmulas podríamos usar para entender el cambio y la permanencia?


Choy propone una perspectiva enfocada en la contradicción. Recuerda que esa fue la base de varias teorías actuales y que el origen está en Marx y su tesis de la lucha de clases. Sin embargo, se inclina por la perspectiva de campo en Bourdieu, que muestra que la lucha es más amplia y diversa, y que ésta es el eje de la reproducción y de la modificación misma de las relaciones sociales y de las visiones del mundo. Al mismo tiempo recuerda que estas relaciones y visiones no pueden ser entendidas como entidades cerradas y autocontenidas, pues derivan y están enlazadas a flujos y relaciones de diversas dimensiones, como se muestra claramente en la condición transnacional de algunos fenómenos del trabajo y los trabajadores. Lo que falta en esta revisión es una discusión conceptual más profunda de lo que sería un enfoque en las contradicciones, al mismo tiempo que un acercamiento a lo que podría ser la etnografía de las contradicciones.
Díaz Hernández nos habla en su ensayo de otra dimensión del cambio, el que ocurre en la trayectoria de cada persona en el tránsito de un estatus a otro, en términos de Van Gennep o de Victor Turner. Analiza la juventud como un estado liminal, retomando estos autores, y con ello nos acerca a otra de las formas del cambio o el movimiento en la sociedad. Destaca que estas formas de paso son diferentes en las zonas rurales y urbanas, lo que refleja distintas maneras de entender la juventud. Sin embargo, al hacerlo desde la perspectiva clásica de los riti di passaggio hace referencia a cierto tipo de procedimientos que sirven para manejar los cambios individuales, en las personas y su entorno, pero sin alterar las estructuras o instituciones que establecen las diferencias entre, en este caso, el adulto, el joven y el niño. Al acercarse incluso a la conceptualización de la juventud sus reflexiones parecen ir más allá del estado liminal, pues aparecen las delimitaciones formales en instituciones internacionales, en discursos gubernamentales y en políticas públicas. La juventud deja de ser sólo un paso (y de estar reflejada sólo en ritos de paso) para volverse un estatus en sí mismo, institucionalizado. ¿Cómo entender estas formas de procesamiento social e institucional del cambio en la vida de las personas? Para ampliar este análisis sugiero considerar la tesis del Rito de Institución, de Pierre Bourdieu (En Outline of A Theory of Practice).  Por otra parte, hay algunos aspectos del cambio social más amplio apenas señalados en el texto, y que se refieren a los marcadores prácticos de la juventud en distintos momentos; es decir, aquellos que se refieren a cómo la educación o la migración laboral se han insertado actualmente en la identificación de lo que significa ser joven en una localidad rural en rápida urbanización, y cómo los múltiples elementos de la transición juvenil están desigualmente presentes en las distintas historias de los jóvenes de esta localidad. ¿Cómo ir más allá de la idea de un proceso ritual a la definición múltiple e incluso competida de lo que es ser joven? ¿Es suficiente el rito de paso o es necesario consideras otros aspectos de estatus institucional? ¿Hay sólo un rito de paso o se trata de múltiples formas que dependen de las condiciones y posiciones sociales? ¿Qué nos dice la diversa y cambiante condición de los jóvenes acerca de la sociedad que los produce?
Flores explora el tema de la reproducción y el cambio desde la noción de poder. Examina en general lo que significa el poder, como una capacidad que se reproduce, se ejerce y se disputa. Ofrece ejemplos que van desde la violencia física hasta la habilidad de hablar, y cómo estas capacidades se reproducen (llevando al incremento de capacidades en algunos casos), se ejercen en ciertos contextos y son disputadas por los diversos actores participantes de estas relaciones de poder. Se pregunta entonces por los medios de producción y los modos de producción del poder, sustancialmente como formas de organización del trabajo social y de apropiación y uso de los medios de producción, del trabajo y de la naturaleza, emulando a Wolf (quien a su vez emula a Marx). Esta producción social incluye también la producción de conocimientos y de relaciones sociales. Otra de esas formas de producción del poder que analiza Flores es la del biopoder, o las formas de disciplina de cuerpo-mente expresadas en la creación de hospitales y centros de reclusión (como los analiza Foucault). El análisis del ejercicio del poder se ubica en la existencia de cierto tipo de órdenes sistemáticos en la vida social. Se refiere, según entiendo, a que el ejercicio del poder requiere de una aceptación previa de ciertas distinciones y jerarquías. Eso se produce incluso de manera inconsciente, como en el caso de las organizaciones o programas sociales que ayudan a las poblaciones marginadas, sin reflexionar sobre los orígenes y dinámicas de la marginación. Una acción de asistencia puede así convertirse en una forma de ejercicio disfrazado del poder de clasificar y ordenar las relaciones entre poblaciones, aún en la acción de grupos autoidentificados como contrahegemónicos o antisistémicos. Otro elemento que contribuye a la producción y ejercicio del poder es la naturalización de las relaciones sociales. Las formas más cotidianas de la acción parecen expresar ese carácter naturalizado de las relaciones. Se trata de esos espacios que no requieren de policías o de vigilancia explícita para que se produzca la acción esperada. De ser así, dos de los problemas pendientes son: a) cómo se produce la crítica del poder y b) cómo se transforman las relaciones sociales. ¿Es posible analizar el cambio en una perspectiva como ésta? ¿Cómo?

Rosas pone atención en su ensayo sobre el amor en la disolución de las relaciones sociales consolidadas. Nos refiere entonces a la literatura que ha tratado de analizar el cambio que ha llevado a la producción del mundo contemporáneo, llamándolo modernidad. La disolución de los lazos convencionales, la condición líquida de los vínculos, se expresa en instituciones básicas como la familia y como los lazos amorosos. Pero, nuevamente, ¿a qué obedecen esos cambios en el amor? ¿Cómo se produce el cambio?
Como lo pregunta también Wilson en su ensayo: si las tácticas son formas de sobrevivir, desde posiciones subordinadas, y las estrategias formas de consolidar y ampliar el poder, desde posiciones dominantes, y ni una ni la otra cambian las estructuras, ¿cómo se han dado los cambios sociales? Podemos registrar el cambio contemporáneo en las formas de consumo y en las definiciones de lo que es ser joven (Díaz), en las formas del conflicto que cambian (tácticas y estrategias Wilson), en las maneras diversas de poder que van surgiendo (Flores), en las narrativas del cambio en los pequeños poblados (Diezmo) en las relaciones y los vínculos amorosos (Rosas). Pero queda la pregunta general de qué es lo que genera esos cambios. Quizá, como lo señala Choy, hay que recuperar el enfoque en las contradicciones para entender no sólo el cambio sino la dinámica misma de la sociedad y sus transformaciones.


José Luis Escalona Victoria

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