miércoles, 13 de mayo de 2015

Espacio público, opinión pública, transgresión y censura


Espacio público, opinión pública, transgresión y censura

 

Por: José Luis Escalona Victoria

CIESAS Sureste

Mayo de 2015

Xalapa, Veracruz

 

 

Una tipología en abstracto

El espacio público ha sido un objeto de contemplación y reflexión muy antiguo. Se trata en primer lugar de algo que no existe en la naturaleza específicamente, sino que es producto de la acción humana. Es entonces un espacio social. Es decir: se trata de un hecho social porque es producto de la interacción de las personas, y sin ellas prácticamente desaparece. Un cine abandonado o una plaza vacía no son espacios públicos por sí mismos, pues lo que produce el espacio público es la interacción social. Según una conocida definición, se trata de todas aquellas interacciones que ocurren en el intercambio de objetos, personas, palabras y símbolos más allá de los límites de lo privado. Así que lo público podría definirse en oposición a lo privado: mientras el espacio privado pertenece al orden del oikos, de la casa o el negocio que están bajo el comando de un jefe, el espacio público es donde se encuentran las personas fuera de la lógica del dominio y la subordinación de la casa o el negocio. Podríamos decir, para acercarnos a una definición más precisa, que el espacio público y el privado se distinguen (como tipos puros, conceptuales) porque son dos formas de interacción para la toma de decisiones y la realización de las actividades humanas.

En la segunda mitad del siglo XX, después de la segunda guerra mundial, se produjeron varias reflexiones sobre espacio público en la filosofía y la sociología. Por ejemplo, Hannah Arendt (filósofa judío-alemana que huyó a los Estados Unidos) propone una forma de reconocer el espacio público: mientras que el ser humano se realiza en el ámbito laboral y el ámbito doméstico, a veces casi sin usar las palabras, la realización completa de este ser humano solo se alcanza en el espacio público, en donde hay que hablar mucho; es el espacio político por excelencia, pues se define por la interacción de ideas, la discusión, el debate, antes de tomar decisiones o de emprender tareas. Es allí, de hecho, donde se define el curso de las sociedades. Por ello, dice Arendt, el teatro es el arte político por excelencia. Una idea semejante se encuentra en los textos tempranos de Alain Touraine (sociólogo francés), que habla de tres grandes subsistemas de las sociedades contemporáneas: uno relativo al trabajo y las relaciones de transformación por las cuales el género humano ejerce una violencia sobre la naturaleza; otro es el ámbito de la organización con fines técnicos, que muchas veces acompaña esa transformación de la naturaleza. Y finalmente existe un espacio o subsistema que él llama histórico, en donde las persona intercambian ideas y valores, debaten y toman decisiones sobre el rumbo de la sociedad en su conjunto. Los modernos movimientos sociales son justamente los que se dirigen al cuestionamiento de los valores en este ámbito. También Habermas (un filósofo de la generación más joven de la llamada escuela de Frankfurt)  habla de dos racionalidades en el mundo humano: una racionalidad es técnica, que se refiere a las formas de organización y acción para alcanzar ciertos fines; el tipo más evidente de esa racionalidad es el que se orienta a la transformación de la naturaleza pues se debe ejercer cierta fuerza, control o violencia para tal propósito; en el ámbito del trabajo, de la fábrica o la empresa, también domina la racionalidad técnica, con sus consecuencias en términos de fuerza, control y violencia (pensemos por ejemplo en la historia de las fábricas de la revolución industrial o de los ejércitos y la burocracia). Por el contrario, hay otra racionalidad que es la que está dominada por el intercambio lingüístico libre de dominio; es decir, la charla sin cortapisas, sin mandos y obediencias. Hasta aquí las distinciones filosóficas y sociológicas, que nos sirven en todo caso para pensar y discutir sobre el tema con un lenguaje común.

En sus análisis de las sociedades contemporáneas, todos estos autores coinciden en que las sociedades serán más democráticas entre mayor sea el predominio del espacio público como una forma de interacción para la toma de decisiones, un predominio de la política a la Arendt, de la discusión histórica a la Touraine, o de la racionalidad del intercambio lingüístico a la Habermas. Sin embargo, estos analistas veían con mucha preocupación el rumbo de las modernas sociedades capitalistas del siglo XX: dominadas por una historia continuada de violencias, control y dominación; fundadas más bien en los intereses privados que se sobreponen de manera creciente sobre los públicos; con predominio de una orientación social por la racionalidad técnica de la ganancia y de la destrucción, de la guerra. Al mismo tiempo, veían cómo disminuían los espacios públicos, o cómo estos espacios carecían de la centralidad que deberían tener en la conducción de las cosas humanas. Por eso es que la aparición de los medios masivos de comunicación y las formas de administración del tiempo libre eran preocupaciones de estos filósofos, quienes veían que en lugar de ampliar la interacción política, cultural y discursiva lo que hacían era introducir formas sutiles de control y de influencia basadas en la desinformación y la manipulación. Vamos a plantear ahora algunas ideas sobre espacio público en la actualidad, desde México.

La ocupación de lo público por lo privado

Arendt hablaba, como ya decíamos, del teatro como ejemplo del arte público por excelencia, pero de ese teatro que funcionaba como forma de representación pública de los valores y de las incertidumbres de la sociedad, para traducirlas en un lenguaje corporal y verbal que se expone a un público que nunca es pasivo, que nunca acepta todo, y que siempre tiene la oportunidad de reaccionar si lo quiere (y no del teatro de México controlado por las televisoras para ofrecer diversión y relajamiento). Es interesante que para Habermas la historia del espacio público moderno tiene que ver con la formación de la burguesía (de las clases propietarias y emprendedoras de los siglos XVIII al XX) que abrieron espacios como la tertulia, la comida o la cena. Allí se reunían las personas a consumir delicadezas culinarias, fumando puros y bebiendo whiskey o coñac; allí mismo (con todas sus restricciones de diferenciación entre hombres y mujeres) las personas se reunían y tomaban decisiones no sólo de los negocios privados sino de asuntos públicos, como construir museos, escuelas, iglesias, comedores para los desamparados, parques, calles o servicios que mejoraran la vida de las ciudades. La aparición de los periódicos y las revistas, así como lo sermones en las iglesias y los pasquines que se distribuían de manera clandestina en algunos imperios europeos, eran también parte de ese espacio público que se abría paso junto con la burguesía y los círculos políticos de nacionalistas, proletarios, grupos religiosos y políticos. No olvidemos por ejemplo que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels fue concebido como un pasquín para la discusión pública, y no como un texto académico. El periodismo, la caricatura política, la poesía, el teatro y la música eran de alguna forma medios de comunicación que llegaban a la gente de muchas formas y tenían un impacto en la producción de la opinión pública.

Si tuviéramos que hacer una topografía del espacio público en el México actual ¿qué nos vendría a la mente? ¿por dónde haríamos la historia de ese espacio y cuáles serían sus cascarones arquitectónicos? El espacio público contemporáneo, por ejemplo, asume muchas formas arquitectónicas o electrónicas (es decir, muchos cascarones de la acción pública): el mercado, la plaza o zócalo, el parque, la calle, la iglesia, el teatro, el estadio, la cámara o parlamento, el centro recreativo; y ahora también podríamos agregar los medios masivos de comunicación y las comunidades virtuales. Pero no hay que olvidar que el espacio público no es la estructura arquitectónica o ahora electrónica, sino la acción humana que allí ocurre. Así, incluso la casa, ese dominio de la rutina para la sobrevivencia y el comando del jefe de familia y proveedor, puede en algunos momentos volverse espacio público, cuando los miembros de la familia se reúnen (¿incluyendo a la trabajadora doméstica, a los niños y a los ancianos?) para tomar decisiones sobre el rumbo de la familia. El aula universitaria también podría ser ejemplo de espacio público, cuando los diálogos son abiertos, el debate nutrido e informado, y la participación diversificada es amplia. Pero igual se puede decir que el aula es lo contrario a un espacio público cuando no hay ni diálogo, ni debate, ni pensamiento, y sólo se trata de repetición y autoritarismo. Lo que hace público al espacio es la interacción que en ese se produce, las características de la interacción.

Otro problema es que algunos de estos espacios se rigen por reglas de acceso y de intervención que restringen también el carácter público, sin quitárselo del todo (la cámara de diputados, por ejemplo). Eso recuerda que aunque lo público implica que todos tenemos algún tipo de acceso y de valor en ese espacio, no todos tenemos la información, la preparación lingüística, la habilidad, pero sobre todo la credencial, el prestigio y la autorización burocrática para tener participación dentro del mismo. A veces, como ocurre por ejemplo en las cámaras de representantes, las restricciones son muy claras y reducen la entrada sólo a ciertos grupos (como el análisis recientemente presentado en la prensa que habla de menos de 100 familias dominando el congreso de la unión en México en el siglo XX y lo que va del XXI).

Otros espacios públicos son apropiados de manera privada y con ello pierden parte de su carácter público: algunas playas, por ejemplo, pero sobre todo los medios de comunicación. Aunque los diarios y las revistas, las publicaciones periódicas, y luego las transmisiones de radio, de televisión y de internet surgieron como medios para ampliar la comunicación de ideas y opiniones, también se han convertido en enormes e influyentes empresas que regulan la información. Su influencia en la formación de la opinión pública entre cierto sector de la sociedad es innegable, y casi no existen políticos o empresarios que no pongan un poco de atención en los medios masivos de comunicación. El problema es cuando en esos medios se insertan tanto los intereses de las empresas de comunicación como de sus socios para tratar de influir en un cierto sentido al público. La utilización de información manipulada, de criterios editoriales que ocultan cosas y destacan otras, o de francas mentiras, es parte de la producción del mensaje público. Una parte, por ejemplo, de las publicaciones está destinada ya de entrada a actividades comerciales; y la otra pasa por criterios editoriales controlados por un comité. La comunicación por internet, sin embargo, no tiene (todavía) las restricciones y los controles que sí predominan en los medios impresos, la televisión, la radio y otros medios. Finalmente, ¿quiénes tienen la capacidad económica de comprar espacios en esos medios, y quienes nunca podrían soñar en poner una de sus ideas en alguno de ellos? Otros Muchos de estos espacios, además, implican una interacción de otro tipo, por ejemplo, el gozo personal o la diversión privada, o el relajamiento y la fuga de las dinámicas cotidianas del trabajo y la casa. Aunque el bar, la cantina, el restaurante, la fiesta o la parrillada de fin de semana, el girls night, pueden servir a las clases medias como espacios públicos, también es verdad que las dinámicas muchas veces están dominadas por el consumo, la “diversión” controlada y administrada (como en las vacaciones “todo incluido” en las playas, o en tours organizados como negocio).

Finalmente, tenemos también que no todos tienen el mismo acceso a los espacios públicos. No hay que olvidar tampoco que muchas personas están en la arquitectura del espacio público sin tener una participación en el espacio público en sí: los trabajadores de la cámara de diputados o de las cantinas (aunque algunos bar tender o meseros suelen intervenir también en las conversaciones). Algunos sitios, como los aeropuertos, los transportes públicos y las carreteras, funcionan más bien como no-lugares, en el sentido de Marc Augé: lugares de paso, que representan más bien el vacío del contacto social y del intercambio de ideas. Hasta los muebles están diseñados para que la gente no hable: líneas de asientos laterales y pantallas de televisión con la misma basura de siempre. La ocupación de lo privado en el espacio público no es algo que haya aparecido recientemente. Ya Marx advertía que las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, y vemos cómo todos los días, por diversos medios, hay una cancelación del diálogo y una gran cantidad de fuentes de supuesta información que están tratando de ordenar lo que debemos comprar y consumir, como debemos actuar, vestirnos, comportarnos. Lo público, en fin, está en constante amenaza en nuestras sociedades de administración de la comunicación. El estado del espacio público (como espacio de surgimiento de la opinión pública) se revela claramente en los casos de censura.
 
Censura

Un producto del espacio público es la opinión pública. La opinión pública no es un conjunto de ideas o de planteamientos perfectamente acabado, acotado y unidireccional; en realidad estamos hablando de la circulación de información, el intercambio de ideas y la permanente revisión de las decisiones, de los resultados y de los rumbos. Sin embargo, la opinión pública también puede surgir de un espacio público en el que no existen las condiciones señaladas y donde la mentira, la falta de información y las opiniones simplistas y sin fundamento conducen los mensajes y la recepción de los mismos. Más que una labor de hacer surgir el espacio público, algunos medios parece que se dedican a cancelarlo y a tratar de ocultar cosas, a conveniencia de los empresarios de la comunicación y de sus clientes. ¿Cuántos productos del mercado de consumo económico y político no están disfrazados para su venta - desde una mermelada hasta un candidato a presidente? Lo que consumimos en el supermercado o en las elecciones ha sido cuidadosamente disfrazado en la propaganda para que nosotros creamos en un mensaje. La mercadotecnia es una ciencia práctica que sirve para producir la opinión por medio de la manipulación de información, ya sea verbal, oral o en imágenes, por medios impresos o electrónicos. Se podría decir que ésta es la forma sutil de influir en la opinión pública y, con ello, de decidir el rumbo de la sociedad sin tener que discutir tanto y sin poner en riesgo ciertos intereses comerciales. El crecimiento del mercado de asesores de campañas comerciales y políticas revela mucho de la situación en que se encuentra el desequilibrio actual de las relaciones entre lo público y lo privado, y de la estructura misma del espacio público. De hecho, cuando alguien requiere de diálogo o de información, hace un análisis espontáneo acerca de cómo está compuesto el espacio público. Si por ejemplo, queremos saber si el cereal que vamos a comprar en el supermercado contiene algún ingrediente en especial recurrimos a leer la etiqueta, una cosa que muchas personas no hacen porque como el anuncio en la tele ya los convenció ya no lo necesitan. Pero si encontramos que en la etiqueta o la caja no dice claramente lo que queríamos saber, entonces empezamos a buscar en internet, usando alguna aplicación del celular. Por supuesto los productores de estas cajas van a dar pocos detalles adicionales, pero encontramos a veces páginas o portales con discusiones sobre el azúcar, las calorías, los colorantes o algunos aceites vegetales, o sobre las formas de trabajo con que son producidos los ingredientes o el producto en su conjunto, que no necesariamente están señalados en las etiquetas. También usamos el celular para mandar un whatsapp a un amigo o amiga que pueda asesorarnos en estos temas, por su actividad profesional o por ser de esas personas que no meten a su cuerpo cualquier cosa. Entonces podemos tomar decisiones más informadas. Pero todo esto implica que tenemos un celular con aplicaciones de internet, que tenemos amigos con gustos controlados por ciertos criterios muy espaciales para el consumo, y que comemos cereal de caja. Somos de cierta clase del consumo. Además, no tocamos intereses muy grandes tomando decisiones y construyendo un pequeño espacio público, así que no enfrentamos resistencias: al final vamos de todas formas a comprar.

Pero otra forma muy clara de ver el estado del espacio público es la censura. Deberíamos tener estudios más detallados de la censura en México, y de las formas en que opera y los criterios que usa y quiénes son los encargados de promoverla y de aplicarla. Está por ejemplo la censura en el cine, la clasificación de las películas por rangos de edad para el público que acude. Pero es más intrigante, y sobre todo central al análisis del espacio público, cuando ocurren casos que atacan directamente a la producción del espacio público en los cuerpos de los periodistas. México es hoy uno de los países que mayores agresiones y homicidios contra periodistas registra. En muchos casos se alega que no son los aparatos gubernamentales (lo público) el origen de esas agresiones y muertes, sino intereses privados. Sin embargo, en un sentido general (y sin dejar de señalar que se trata de crímenes sobre personas) lo que parece indicar todo esto es que el espacio público mismo está en cuestión. Si es verdad que los intereses del crimen organizado o de grupos políticos son los que orientan esas acciones, entonces vemos otra forma de ocupación del espacio público por los intereses privados. Pero no siempre es así, como lo muestra el caso Aristegui y su equipo de periodistas. Se trata de una periodista de los medios, radio, internet e impresos, que recientemente puso varios temas en la discusión pública que referían a conflicto de intereses en las más altas esferas del gobierno federal (el presidente, su esposa y algunos secretarios de estado). Sus reportajes (y sus programas en general) habían ganado una audiencia muy amplia, y producían efectos en la opinión pública al grado que otros medios del país y del extranjero retomaron los temas y presionaron para hacer investigaciones al respecto. Allí va el asunto.

La empresa donde trabaja Aristegui decidió cancelar el contrato que tenía con ella y su equipo, y separarla lo más posible. Aquí empiezan las dudas, ya que la información es escasa y parcial: ¿La decisión fue tomada por razones de criterio editorial? ¿O hubo presiones de parte del gobierno federal para que se tomara esa decisión? ¿Si no hubo presiones, lo que está en juego es la posición de la empresa en sus negociaciones con el gobierno para mantener y/o obtener concesiones para operar medios –porque estos están sujetos a permisos del gobierno federal? ¿En qué piensan los directivos de la empresa? La censura se produce aquí con la operación de diversas instancias de lo público y lo privado, que muestran cómo está la situación del espacio público en México. Los mecanismos actuales de vigilancia sobre los medios y sobre las decisiones sobre su utilización pueden llevar a años de investigaciones que no repercuten en nada, y que demeritan en la formación de un espacio público sólido y vigoroso en México; en cambio, los pequeños esfuerzos por abrir el espacio público, hacerlo más grande y decisivo para la vida del país están sujetos a censura, si no por parte del gobierno sí por parte de las mismas empresas de medios que prefieren mantener su posición y ganancias que hacer un compromiso con la creación y expansión del espacio público.

 Transgresión relativa

Pero la censura no opera sola, ni aquella sutil que aparece todos los días y regula nuestras opiniones y decisiones cotidianas, ni la que se muestra abiertamente en forma de represión a periodistas o dirigentes políticos, o de cancelación de programas de amplia difusión de información y con gran impacto en la formación de la opinión pública. La censura opera justo allí en donde aparecen transgresiones que afectan intereses específicos. Así como los periodistas locales han confrontado a empresarios y políticos (aunque en algunos casos no sean realmente ejemplo de periodismo puro, y puedan estar jugando al juego del poder y el "chayote") hay acciones que abren discusiones sobre lo que no se discute ampliamente, y llegan a tener éxito. Aristegui tuvo éxito, y por eso su separación de la empresa no apaciguó la discusión sino que la llevó a nuevos niveles. Y allí sigue. Igual se puede decir de otras acciones que tuvieron repercusiones interesantes y amplias. Una que ahora recuerdo es el movimiento #YoSoy132. Nacido de un acto más o menos espontáneo, el movimiento logró abrir un espacio de discusión en un amplio sector de la sociedad, sobre todo entre una generación de primeros votantes, informados y con capacidades técnicas para establecer comunicación nacional sin necesidad de radio o televisión. La presencia del internet y todas las opciones de intercambio de información y organización, fue un elemento que jugó a favor de esta forma de transgresión relativa frente a los medios. Dos efectos son fundamentales: finalmente los medios establecidos tuvieron que reconocer su presencia pública, su relevancia y tuvieron que dar la voz a algunos de ellos. Los propios políticos y candidatos tuvieron que reconocer igualmente su presencia y relevancia, y aceptar contrapuntear sus ideas con ellos, en público (todos, menos uno, que ya sabemos quién es). Y al final, quizá la caída de casi el 50% de votos en las encuestas iniciales, a menos del 40% del candidato que encabezaba preferencias me parece que fue producto de esta generación y de su acción de abrir el espacio público, de crearlo allí donde no parecía que pudiera surgir. Abrir el espacio significa poner algo a análisis y debate (a diferencia de otros que en lugar de abrir buscan imponer su visión, o hacer silencio). En el caso del #YoSoy132 no había nada que imponer: era sólo la desconfianza, una desconfianza transgresiva y corrosiva.

Esa quizá es la tarea más importante de la democracia: abrir el espacio público, o crearlo cuando la censura y la autocensura de los empresarios de los medios ya opera para cancelar el diálogo y sustituirlo por diversión, por candidatos que bailan o hacen mala música, o que dicen cualquier mensaje aislado sin contenido, ni forma, ni conexión con planes de trabajo. Frente a esto, yo sigo siendo 132. Pero también hay otros niveles en los que se puede ampliar o crear el espacio público: las escuelas y en especial las universidades deberían ser un puro espacio público, donde todo se discute y se analiza. Las plazas públicas deberían tener más teatro y música para reunir a la gente y mover sus sentimientos y sus ideas. Hace tiempo, por ejemplo, unos amigos pensaron que el trayecto entre un punto y otro en la ciudad de México, en autobús, no tendría que ser una experiencia de no-lugar, de algo efímero e intrascendente. Por el contrario, montaron en el camión varios experimentos: exposiciones de pinturas, música de jóvenes músicos profesionales, o información sobre los barrios y colonias por los que el transporte iba pasando. La gente, según me dicen, cuando tenía tiempo, prefería quedarse un rato más a escuchar o recibir información, en lugar de bajar en su parada. En cambio, el metrobus va lleno de gente apretujada y acalorada que debe soportar los videos musicales y los comerciales que de por sí ya ve en la televisión. En estos contextos la lectura de un poema podría ser transgresivo, en tanto mueve la atención y la emoción, y abre la comunicación. Es eso lo que está en juego, la comunicación, que es lo esencial del espacio público y la opinión pública.

 

Referencias

Arendt, Hannah. La condición humana. España, Paidós Ibérica, año 2011.

Augé, Marc. Los no lugares. Espacios de anonimato. Barcelona, GEDISA, 1993.

Habermas, Jürgen. Conocimiento e Interés. Madrid, Taurus, 1982.

Tourain, Alain. “Los movimientos sociales”. REVISTA COLOMBIANA DE SOCIOLOGÍA, Nº 27. 2006: 255-278

 

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