Diabluras
23
de julio de 2021
Hace 10 años fue publicado en
México un primer volumen de una serie dedicada a la sociología y la
antropología del estado. Se trata del libro (Trans)formaciones del Estado en los
márgenes de Latinoamérica (Alejandro
Agudo y Marco Estrada, coordinadores. México, COLMEX-UIA, 2011). Le siguieron
los libros Formas
reales de dominación del Estado (Alejandro
Agudo y Marco Estrada coordinadores. México, COLMEX, 2014) y Estatalidades y soberanías disputadas (Alejandro
Agudo, Marco Estrada, Marianne Braig coordinadores, México, COLMEX, 2017). En
su conjunto, estos libros reúnen estudios de diversas formas reales,
transformaciones y disputas de la estatalidad y la soberanía, principalmente en
el México contemporáneo, pero también en otras partes de América (Guatemala,
Colombia, Ecuador, Uruguay, Argentina, Estados Unidos). Una buena parte son
estudios que exploran diversas expresiones de la formación de estado en
espacios de disputa que abarcan fronteras nacionales, zonas de colonización
agraria, o áreas urbanas y periurbanas; la movilidad de personas y cosas, la
participación ciudadana, las políticas públicas y las formas de protesta, así
como el género, los sistemas de pesos y medidas, el medio ambiente, la
educación, todas áreas en las que se puede hacer preguntas pertinentes sobre
cómo se producen y negocian la estatalidad y la crítica al estado, y cómo
aparecen nuevas maneras de producir estado.
Los libros además incluyen una
serie de reflexiones conceptuales que buscan ir más allá de las imágenes
petrificadas del estado sin caer en presunciones, a veces postmodernas y otras
nihilistas, de que no tiene ninguna relevancia el estado, ni siquiera como
idea, metáfora, fantasma o figura retórica. ¿Qué tan importante sigue siendo
esa idea de estado, con todas sus variantes y su maleabilidad política, es
decir, explícita, por la que se disputan muchas batallas y por la que se
movilizan tantos recursos, y para-política, digamos, por la que se establecen
los marcos de lo posible, desde la medición de las cosas hasta la identidad de
las personas? ¿O estamos en el umbral de una transformación más radical, que
impactará en el orden mundial de estados nacionales para dar cabida a otras
formas de orden mundial, con sus nuevos fantasmas? Por supuesto, estas
cuestiones no son exclusivas de estas obras, sino parte de diversas discusiones
en distintos puntos del planeta académico, en una época de nuevos flujos de
comercio e ideas a nivel global, y de una historia larga de formación de
ordenes políticos de los últimos dos siglos al menos. Allí están incrustados
estos textos.
Para celebrar de alguna forma
esta conversación de una década, en la que he participado en casi cada paso, hice
una serie de preguntas sobre la historia de estos proyectos editoriales, que
presenté a sus dos impulsores principales: Alejandro Agudo y Marco Estrada.
MARCO.
El proyecto del libro (Trans)formaciones del Estado en los márgenes de Latinoamérica (2011)
surgió de una conversación que Alejandro y yo sostuvimos en El León de Oro, una cantina en la Ciudad de México. Al hablar de nuestras
investigaciones personales y nuestro trabajo como docentes y directores de
tesis, nos percatamos de que compartíamos no sólo intereses, sino también temas
y acercamientos a nuestros diferentes objetos de estudio, por un lado, y que
varios de nuestros tesistas estaban trabajando en líneas de investigación
semejantes y en geografías distintas, por el otro. Así, le propuse a Alejandro
organizar un seminario de investigación en El Colegio de México, en el que
todos nos reuniéramos, presentáramos un borrador de capítulo de libro y lo
discutiéramos a lo largo de varias reuniones semestrales.
Una
vez acordado el marco básico de colaboración, te invitamos a ti, José Luis, a
sumarte al proyecto. Felizmente, alguna de tus tesistas también se incorporó al
proyecto. Éramos, entonces, un grupo heterogéneo. Habíamos sociólogos,
antropólogos e historiadores, profesores y estudiantes, mexicanos, colombianos,
guatemaltecos, ecuatorianos y estadounidenses. Notablemente, de los ocho
autores, cinco eran mujeres. Por razones distintas, no todos los integrantes
del seminario aportaron un texto para el tomo colectivo.
(Trans)formaciones del
Estado fue posible gracias a dos momentos de cooperación
previas entre nosotros tres. La primera fue la colaboración entre tú, José
Luis, y yo como editores invitados de la revista Sociológica de la UAM para preparar un número dedicado a Chiapas: Transformación social en Chiapas.
Investigaciones recientes (2007, año 22, número 63), en el que Alejandro
aportó también un artículo. Después de ese número, Juan Pedro Viqueira y yo
organizamos un seminario de investigación interinstitucional e interdisciplinar
en el ColMex para elaborar un tomo colectivo sobre cómo habían vivido y
experimentado diferentes poblaciones indígenas el levantamiento del EZLN: Los indígenas de Chiapas y la rebelión
zapatista (2010). En este libro, todos aportamos un capítulo con base en
nuestras diferentes investigaciones antropológicas, sociológicas e históricas
en distintas regiones chiapanecas.
Cuando
concebimos y publicamos (Trans)formaciones
del Estado, no pensamos en una trilogía. Los subsiguientes tomos colectivos,
Formas reales de
dominación del Estado (2014) y Estatalidades
y soberanías disputadas (2017), vendrían después replicando el formato
de trabajo del seminario de investigación, pero variando los centros temáticos
comunes de los capítulos. La diferencia es que Estatalidades fue producto directo de una conferencia internacional
que organicé, en 2015, durante mi estancia como profesor invitado en el Instituto
de Latinoamérica de la Universidad Libre de Berlín. Posteriormente, utilizamos algunas
de las ponencias presentadas como la base de discusión del seminario de
investigación.
Quizás
habría que decir que todos los autores de los libros tenemos nuestras
preferencias políticas más o menos manifiestas y más o menos distintas, pero en
ningún momento éstas fueron un obstáculo para trabajar juntos. El único
requisito no explícito, por cierto, para participar en la conversación
científica es que las ideologías personales no deberían jugar ningún papel en
la discusión y que todas nuestras afirmaciones deberían estar fundamentadas en
información verificable y en fuentes confiables. En las colaboraciones colectivas
en torno al zapatismo, invitamos expresamente a colegas que simpatizan con el
EZLN. Algunos de ellos entregaron textos muy buenos, otros se sintieron
incómodos por no encontrarse en un ambiente ideológicamente homogéneo e
incondicional con el zapatismo, y prefirieron salir, porque no soportaban las
tensiones entre la realidad y la ideología.
ALEJANDRO. Muy completo el
recuento de Marco sobre los antecedentes de (Trans)formaciones
y los otros dos volúmenes que le siguieron. Aunque creo que más bien la idea
surgió en una conversación que tuvimos en el autobús de regreso a la Ciudad de
México, tras un coloquio del Colmich en el que ambos habíamos participado – en
otoño de 2009, creo. De todos modos, puede que me falle la memoria, y además me
resulta mucho más atractiva la idea de concebir un proyecto académico en una
conversación cantinera que en el camión Zamora-Distrito Federal.
Quizás haría otra precisión: el
seminario internacional que Marco organizó en Berlín, el cual dio pie a Estatalidades, se celebró en enero de
2016.
Más allá de estas minucias,
recuerdo que los enfoques socio-antropológicos contemporáneos sobre el “Estado”
– y cómo nuestras respectivas investigaciones en curso podrían relacionarse con
ellos – estuvieron en esa conversación en el León de Oro o en el camión de
regreso de Zamora. Mientras organizábamos el seminario y trabajábamos en el
manuscrito que daría lugar a (Trans)formaciones,
fue tomando forma la preocupación central de dialogar con esos aportes para
ofrecer algo distinto sobre/desde diversos países latinoamericanos. En
particular, nos incomodaba una cierta tendencia en la literatura en inglés sobre
la “antropología del Estado” – con Estados Unidos como centro principal de
producción – a “desagregar” al Estado, a permanecer en sus “márgenes” o – de
hecho – a dejar sin resolver la propia cuestión de los márgenes o límites del
Estado. El aporte de mucha de esta literatura es innegable, pues parte de la
valiosa idea de que los límites del Estado son contestados y se enfoca en el
continuum entre lo gubernamental y lo no gubernamental, entre estructuras
políticas formales e informales. No obstante, después de todo ello queda la
duda de qué tan útil es el Estado
como objeto teórico y como herramienta para el análisis empírico: ¿forman parte
del “Estado” todos los actores políticos de ese continuum, pueden todos realmente
caer bajo su rubro? Los límites del Estado son disputados y borrosos, pero
¿dónde están? ¿Puede realmente pensarse en un adentro y un afuera del
Estado, o no? Si el Estado es coexistente con todas las fuerzas políticas y con
la propia sociedad, ¿qué utilidad tiene entonces hablar de una antropología del
Estado en lugar de, por ejemplo, una antropología de los procesos de gobierno
en general? Creo que éstas fueron algunas de las preocupaciones que detonaron
nuestra discusión, muy bien retroalimentadas y expandidas por el propio José
Luis, quien en el primer volumen y en otros trabajos se ha preguntado por los
alcances, límites y utilidad de la noción del “Estado” para examinar cuestiones
vinculadas con el poder y la dominación.
¿Cuál es el aporte específico de estos textos en el ámbito de los
estudios contemporáneos de la antropología y la sociología del estado?
MARCO. No sé si se pueda
cuantificar el “aporte” de la trilogía como una suerte de acumulación al estado
del arte. (Acumulación, que, sin duda, la hay). En lo personal, creo que “el
aporte” tiene que ver más que con el uso de un enfoque –que de verdad no
existe, porque los marcos teóricos-metodológicos de cada una de las
contribuciones en los libros son de lo más diverso–, con la conciencia y el
cultivo de una sensibilidad hacia la contingencia, las contradicciones, los
conflictos, las rupturas, las múltiples racionalidades concurrentes y el
radical carácter relacional, procesual e histórico de los fenómenos que
estudiamos. Me parece que esa conciencia y sensibilidad son resultado de y se
refuerza por nuestra elección deliberada por la descripción etnográfica y la
narración. Lo interesante es que en toda esa contingencia encontramos
regularidades y patrones, pero no de carácter estadístico, sino en forma de
órdenes locales. Esta conciencia y sensibilidad también nos ayudan a poner
mucha atención en el entrelazamiento de múltiples niveles de análisis, sus
efectos múltiples, retroactivos y sus lógicas diferentes y superpuestas de
operación.
Por
supuesto, nada de esto es, en sí y tomado aisladamente, nuevo, pero si se lleva
a cabo en la práctica de investigación y uno está abierto a las sorpresas y a
aprender, el resultado explicativo es muy potente.
En
fin, de este modo, estábamos bien armados para abrir la caja negra de grandes
conceptos-contenedores como dominación, Estado, comunidad, identidad,
burocracia, movimiento social, política pública, violencia, contrabando,
seguridad pública, corrupción, nación, entre otros. De tal suerte, pudimos
romper con grandes narrativas establecidas sobre el Estado, la dominación
política y el sistema político. Con una mirada menos condicionada y más
escéptica que la de colegas mayores y muchos contemporáneos, nos preguntamos si
estas funcionaban realmente como teorías y estudios empíricos clásicos habían
establecido. La verdad, es que hay muchas simplificaciones en esos trabajos. O,
dicho de una manera menos polémica, las cosas son más complejas y diferentes de
lo que se pensaba. ¿Son nuestras descripciones y explicaciones mejores que
otras? Esto es algo que cada lector debe juzgar para cada caso, pero lo cierto
es que en todas las contribuciones de los tres tomos hay un gran trabajo
empírico informado teóricamente. Aún más: no intentamos, me parece, cerrar el
hiato entre conceptos y material empírico, sino estirar sus tensiones para
demostrar la riqueza irreductible de la realidad de los fenómenos.
Visto
a la distancia, lo anterior es, probablemente, un efecto del cambio de época:
el mundo en el que nacimos ya no existe tal cual, está en transformación y
necesita ser interrogado y explicado en su novedad para comprender mejor
nuestro presente. Teorías y enfoques anteriores a esas transformaciones nos
parecen un obstáculo epistemológico para aprehender los cambios.
ALEJANDRO. Creo que Marco acaba
de decirlo todo. Sólo añadiría que podría vislumbrarse una evolución a lo largo
de los tres volúmenes, vinculada con las preocupaciones que mencioné antes
acerca del estatus y la utilidad del Estado como objeto teórico difícil de identificar.
De hecho, recuerdo que, especialmente en el primer volumen - (Trans)formaciones -, la propuesta de
contribuir a la sociología y la antropología del “Estado” pilló un tanto por
sorpresa a los y las integrantes del seminario y participantes en el libro. Al
igual que Marco y yo, habían trabajado sobre procesos y actores políticos en
diversos contextos sin plantearse la mayoría de las veces qué tan central era
todo ello para reflexionar directamente sobre esta cuestión del Estado: desde
políticas de titulación colectiva de tierras de poblaciones afrodescendientes
en Colombia hasta programas de desarrollo social y “combate a la pobreza” en
México, pasando por la modernización capitalista y los circuitos del café en
Guatemala, la reconfiguración local de fronteras geopolíticas entre este país y
México, o la violencia hacia poblaciones migrantes centroamericanas en Chiapas.
Es decir, no pocos de nosotras y nosotros veníamos, de una forma u otra, trabajando
sobre fenómenos estatales sin llamarlo “antropología” o “sociología del
Estado”. Por ello, la invitación explícita a los y las autoras en ese momento
consistió en repensar sus investigaciones y sus materiales para, en diálogo con
la literatura existente, definir o contribuir a un campo relativamente nuevo
para las ciencias sociales.
No obstante, a partir de ahí,
creo que, poco a poco, los trabajos de los volúmenes sucesivos fueron liberándose
un tanto de las reflexiones conceptuales sobre el Estado, por decirlo así, para
enfatizar la narración y la descripción etnográficas sobre aparatos estatales y
sus actores, sus propias prácticas y perspectivas, problematizando la
dialéctica entre la coherencia de las mismas y su desunión, contingencia,
discontinuidad y ruptura, como menciona Marco. Es decir, hubo un cierto regreso
a los estudios profundamente contextualizados, histórica y culturalmente, de la
antropología y la sociología, muy valiosos y necesarios en cualquier caso, pero
– como también señala Marco – sin resolver del todo la brecha entre conceptos y
material empírico.
¿Qué temas podrían haber sido tratados en estos libros que no fueron
tocados?
MARCO. Más que temas, hay varios
objetos que pudieron haber sido incluidos en los tomos. En primer lugar, echo
mucho de menos la ausencia de estudios sobre élites, grupos dominantes y,
específicamente, alta tecnocracia. Para entender la complejidad y dinamismo de
la dominación, se requiere tener una panorámica completa de la configuración,
campo o sistema –llámesele como se prefiere– de las relaciones entre dominantes
y dominados. En segundo lugar, creo que debimos haber abierto más espacio a la
perspectiva de género. Sofía Argüello contribuyó, en Formas reales, con un
potente estudio sobre el género y el Estado en Ecuador. Aquí hay mucha tarea
que realizar aún. En tercer lugar, habría que tener más etnografías y estudios
histórico del funcionamiento y conflictos en más burocracias estatales, por
ejemplo: la parlamentaria, la de ministerios o secretarías de estado, la del
ejército y fuerzas del orden público, la científica y cultural, entre muchas
otras. En cuarta instancia, hubiera sido deseable incluir trabajos sobre más
países latinoamericanos, inclusive haber animado estudios comparativos que
permitieran observar aspectos comunes y divergentes. Podría enumerar algunos
objetos más ausentes en la trilogía sobre el Estado, pero creo que una de las
aportaciones de esta colección de estudios es que muestran un amplio abanico de
abordajes al Estado y la dominación política que pueden inspirar a colegas a
ver estos fenómenos como una construcción contingente, en disputa, con efectos
simbólicos y materiales no lineales y en diferentes escalas irreductibles a una
única racionalidad superior.
ALEJANDRO. Coincido en que la
tarea pendiente sería ampliar el trabajo y el diálogo hacia países, contextos,
grupos e instituciones insuficientemente abordados en la “trilogía”. De hecho,
ello podría ayudar a resolver la tarea pendiente que señalé anteriormente, y
que también notó Marco, relativa a la necesidad de cerrar la brecha entre
conceptos y experiencia empírica para, por ejemplo, reexaminar de manera más
sistemática y explícita los enfoques de que disponemos mediante su puesta en
diálogo crítico con hallazgos como los descritos en los sucesivos volúmenes. Creo
que en este sentido no aprovechamos del todo el consejo de José Luis, de
enfocarnos en burocracias e instituciones – ya sea en las élites o en los
funcionarios o burócratas “a pie de calle”, como diría Michael Lipsky. Al
respecto, un volumen que avanza en la dirección de estudiar al Estado sin
reificarlo o convertirlo en una entidad evanescente es el libro coordinado por
Thomas Bierschenk y Jean-Pierre Olivier de Sardan, States at Work (2014), dedicado al estudio de diversas burocracias
en varios países africanos. En su introducción al volumen, los coordinadores
mencionan un punto que me parece importantísimo: inspirados por la crítica de
Philip Abrams (1988 [1977]) a las teorías neo-marxistas del Estado, Migdal y
Schlichte (The
Dynamics of States: The Formation and Crises of State Domination, 2005,
pp. 14-19) reformularon las distinciones entre los enfoques escépticos,
idealistas y empíricos del Estado en términos de la diferencia entre “una idea
del Estado” homogeneizadora – coproducida y “compartida por perspectivas
normativas opuestas, estatistas y anti-estatistas” – y las heterogéneas
“prácticas del Estado” que pueden reforzar o debilitar dicha imagen del Estado.
Me parece que la perspectiva
anterior es crucial. Mucha de la literatura ha enfatizado en cierto modo la idea a expensas de las prácticas del Estado (o de sus actores y
burocracias concretos), privilegiando a menudo dimensiones de control y
dominación bajo la influencia de pensadores como Agamben o Foucault, pero
dejando de lado otras dimensiones del Estado como la provisión de bienes y
servicios – un enfoque que podría beneficiarse de los aportes de la sociología
empírica y la antropología de la organización y la burocracia, así como de
ciertas vertientes empíricas de la ciencia política. Creo que, al menos en
parte, la tarea pendiente pasaría por examinar cómo los actores en particulares
instituciones y contextos sociales y laborales lidian con reglas
organizacionales públicas y normas ideales mediante su combinación con
informalidades reguladas o “normas prácticas”, como las llaman Bierschenk y
Olivier de Sardan, recuperando un importante interés de la sociología y la
antropología en las “brechas” entre normas y prácticas.
¿Qué nos dicen estas obras acerca de la intervención técnica y
política en un contexto de pandemia global?
MARCO. Nos dicen mucho. En
primer lugar, porque, como hemos presenciado en todo el mundo, la pandemia
provocó una invocación generalizada al Estado en diferentes sentidos. El Estado
como protector y salvador de las poblaciones nacionales; como la instancia
omnisciente obligada a aportar soluciones rápidas y eficientes en todo ámbito
de la vida social: el sanitario, el escolar, el económico, el laboral, el
científico, el de la comunicación mediática, etc.; el Estado como enemigo que
busca restringir derechos civiles y político. Las representaciones del Estado
han sido variadas, contradictorias, paradójicas y, sobre todo, simplificadoras.
Se ve al Estado como una entidad homogénea, todopoderosa y operadora con una
racionalidad instrumental que controla de arriba abajo. Lo que hemos
presenciado en el país y en otros lugares es, en cambio, la descoordinación de
las burocracias estatales; la ignorancia y perplejidad de políticos; el
accionismo mediático que simula tener la situación bajo control; la política de
comunicación contradictoria que se quiere presentar como basada en la autoridad
científica; las disfuncionalidades entre las respuestas centralistas y las que
se dan en los estados y municipios del interior. Todo esto crea mucha
inseguridad entre la población, muchas dudas y miedos. En los casos más
extremos, alimenta las teorías de la conspiración y torpedea los esfuerzos de
las campañas de vacunación y de respeto de las reglas básicas de protección. En
su conjunto, se deja ver cómo opera la dominación y el poder, y a la vez lo
frágiles que en realidad pueden ser o, en otros términos, la complejidad e
improbabilidad de sus condiciones de posibilidad.
Son
notables las diferencias entre los Estados para enfrentar o, en su caso,
ignorar la crisis. China y Brasil, por ejemplo, están en las antípodas. Cada
uno tiene sus instrumentos de intervención y formas de disciplinar y proteger o
no a su población.
Al
mismo tiempo, la pandemia nos revela la pequeñez de los Estados nacionales para
enfrentar solos crisis globales, por un lado, y la ausencia de estructuras
organizativas supranacionales a nivel global para implementar acciones
concertadas y eficientes globalmente. Los Estados nacionales se antojan, en
algún sentido importante, inclusive en un obstáculo más que en una solución con
sus repuestas como cierre de fronteras, monopolización de vacunas para proteger
sólo a la población nacional, reactivación de la economía para reposicionar al
país en la competencia económica global, etc.
En
resumen, no es que el Estado no sea importante o haya dejado de cumplir una
función social, sino que es nuestra manera habitual de pensarlo y de
representárnoslo no nos deja ver lo que realmente es y hace y cómo existe y
opera. Esto es lo que podrían aprender lectores de los trabajos publicados en
estos libros.
ALEJANDRO. Una tendencia notable
consiste en recalcar cómo la pandemia ha hecho manifiesto el poder del Estado sobre
distintas dimensiones de nuestra existencia cotidiana. Es decir, la
contingencia sanitaria habría convertido en algo concreto la idea de una
poderosa otreidad anónima que tiene control sobre nuestras vidas, algo que
había resultado cada vez más lejano y abstracto tras el fin de los
totalitarismos del siglo XX (los trabajos contenidos en los tres volúmenes, y la
literatura académica con que dialogan, tienen precisamente en común lidiar empíricamente
con este carácter difuso del poder estatal). Puede ser. Pero, en ese caso, concuerdo
con Marco en que la pandemia también expuso la desunión, contingencia,
ineficiencia y descontrol que se ocultan tras esa máscara o artefacto
ideológico del “Estado”, como diría Abrams.
¿Hay alguna propuesta para continuar con esta serie de
publicaciones?
MARCO. Tenemos interés de
continuar nuestra colaboración. De hecho, recientemente Alejandro y yo
publicamos un artículo sobre migraciones, refugio y agentes humanitarios, dado
que, casualmente, nuestras investigaciones actuales coinciden en estos temas,
aunque en geografías distintas. Alejandro investiga en la frontera entre México
y EEUU, y yo en el norte de Alemania. No tenemos pensado editar un nuevo libro
sobre alguna dimensión del Estado. La pandemia ha hecho difícil el trabajo en
equipo. En lo personal, no descarto que en uno o dos años convoquemos a colegas
y estudiantes a un nuevo proyecto intelectual, aunque quizás el centro temático
no sea el Estado.
ALEJANDRO. Efectivamente, el
centro temático de futuras colaboraciones no puede ser el Estado – no, al
menos, en la forma en que inspiró el volumen de (Trans)formaciones y quizás también el de Formas reales. Quizás haya que desprenderse del Estado como
concepto totalizador inspirado por la filosofía y la teoría políticas para, en
cambio, combinar enfoques neo-weberianos y métodos etnográficos dirigidos al
estudio de los aparatos estatales, las prácticas de los burócratas y sus
perspectivas emic, y la
instrumentación de políticas públicas. Ello incluiría examinar la relación de
los burócratas con los integrantes de otras instituciones públicas y privadas y
con los receptores de sus acciones, recuperando el interés en las interacciones
y confrontaciones entre actores pertenecientes en principio a distintos
órdenes, como Marco hizo recientemente en un interesante artículo sobre las
autodefensas en México.
JOSÉ LUIS: Hay una pregunta que
me da vueltas, a partir de un comentario de un colega holandés, si mal no
recuerdo, que me hizo cuando hablamos de uno de estos textos: “Esa discusión ya
la tuvimos”, o algo así. ¿Es la nuestra, entonces una aportación tardía que
no agrega nada nuevo a lo que en las “metrópolis científicas” supuestamente ya
se ha hecho y dicho?
ALEJANDRO. Me parece que el
comentario del colega aludido refleja una forma bastante cuestionable de
concebir el avance del conocimiento en ciencias sociales, el cual es
acumulativo y depende de la revisión de, y el diálogo con, investigaciones
existentes. Los investigadores de las “metrópolis” se han beneficiado de un
enorme acervo histórico y etnográfico al que, durante décadas, han contribuido
muchos y muy diversos investigadores e investigadoras de mútiples países. Otra
cosa es que aquellos sean más o menos honestos o generosos a la hora de
reconocer esos antecedentes. No comparto esa actitud de “ya se ha hablado de
esto” como principal estrategia de auto-legitimación académica – desacreditando
los aportes de los y las demás -, prefiriendo, por el contratirio, un diálogo
crítico más generoso con los trabajos existentes.
Bibliografía
Liga de la revista Sociológica dedicada el tema Transformaciónsocial en Chiapas. Investigaciones recientes (2007, año 22, núm. 23):
Reseñas
Los indígenas de Chiapas y la rebelión zapatista
José Woldenerg, Pedro Pitarch, Maya Lorena Pérez Ruiz, Jérôme Baschet
Edison Hurtado, Jorge Hernández
Formas reales de la dominación del Estado. Perspectivas interdisciplinarias del podery la política
Un comentario a la trilogía, por José Ignacio Lanzagorta:
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