Espacio público,
opinión pública, transgresión y censura
Por: José Luis
Escalona Victoria
CIESAS Sureste
Mayo de 2015
Xalapa, Veracruz
Una tipología en
abstracto
El espacio público ha sido un objeto de contemplación
y reflexión muy antiguo. Se trata en primer lugar de algo que no existe en la
naturaleza específicamente, sino que es producto de la acción humana. Es
entonces un espacio social. Es decir: se trata de un hecho social porque es producto de la
interacción de las personas, y sin ellas prácticamente desaparece. Un cine
abandonado o una plaza vacía no son espacios públicos por sí mismos, pues lo
que produce el espacio público es la interacción social. Según una conocida definición, se trata de todas
aquellas interacciones que ocurren en el intercambio de objetos, personas, palabras
y símbolos más allá de los límites de lo privado. Así que lo público podría
definirse en oposición a lo privado: mientras el espacio privado pertenece al
orden del oikos, de la casa o el negocio que están bajo el comando de un jefe,
el espacio público es donde se encuentran las personas fuera de la lógica del
dominio y la subordinación de la casa o el negocio. Podríamos decir, para acercarnos a una
definición más precisa, que el espacio público y el privado se distinguen (como
tipos puros, conceptuales) porque son dos formas de interacción para la toma de decisiones y
la realización de las actividades humanas.
En la segunda mitad del siglo XX, después de la
segunda guerra mundial, se produjeron varias reflexiones sobre espacio público en
la filosofía y la sociología. Por ejemplo, Hannah Arendt (filósofa judío-alemana
que huyó a los Estados Unidos) propone una forma de reconocer el espacio
público: mientras que el ser humano se realiza en el ámbito laboral y el ámbito
doméstico, a veces casi sin usar las palabras, la realización completa de este
ser humano solo se alcanza en el espacio público, en donde hay que hablar mucho;
es el espacio político por excelencia, pues se define por la interacción de
ideas, la discusión, el debate, antes de tomar decisiones o de emprender
tareas. Es allí, de hecho, donde se define el curso de las sociedades. Por
ello, dice Arendt, el teatro es el arte político por excelencia. Una idea
semejante se encuentra en los textos tempranos de Alain Touraine (sociólogo
francés), que habla de tres grandes subsistemas de las sociedades
contemporáneas: uno relativo al trabajo y las relaciones de transformación por
las cuales el género humano ejerce una violencia sobre la naturaleza; otro es
el ámbito de la organización con fines técnicos, que muchas veces acompaña esa
transformación de la naturaleza. Y finalmente existe un espacio o subsistema que
él llama histórico, en donde las persona intercambian ideas y valores, debaten
y toman decisiones sobre el rumbo de la sociedad en su conjunto. Los modernos
movimientos sociales son justamente los que se dirigen al cuestionamiento de
los valores en este ámbito. También Habermas (un filósofo de la generación más
joven de la llamada escuela de Frankfurt) habla de dos racionalidades en el mundo humano:
una racionalidad es técnica, que se refiere a las formas de organización y acción
para alcanzar ciertos fines; el tipo más evidente de esa racionalidad es el que
se orienta a la transformación de la naturaleza pues se debe ejercer cierta
fuerza, control o violencia para tal propósito; en el ámbito del trabajo,
de la fábrica o la empresa, también domina la racionalidad técnica, con sus
consecuencias en términos de fuerza, control y violencia (pensemos por ejemplo
en la historia de las fábricas de la revolución industrial o de los ejércitos y la burocracia).
Por el contrario, hay otra racionalidad que es la que está dominada por el
intercambio lingüístico libre de dominio; es decir, la charla sin cortapisas,
sin mandos y obediencias. Hasta aquí las distinciones filosóficas y
sociológicas, que nos sirven en todo caso para pensar y discutir sobre el tema
con un lenguaje común.
En sus análisis de las sociedades contemporáneas,
todos estos autores coinciden en que las sociedades serán más democráticas entre
mayor sea el predominio del espacio público como una forma de interacción para
la toma de decisiones, un predominio de la política
a la Arendt, de la discusión histórica a
la Touraine, o de la racionalidad del intercambio
lingüístico a la Habermas. Sin embargo, estos analistas veían con mucha
preocupación el rumbo de las modernas sociedades capitalistas del siglo XX: dominadas por una historia continuada de violencias, control y dominación;
fundadas más bien en los intereses privados que se sobreponen de manera creciente sobre los públicos; con predominio de una orientación social por la racionalidad técnica de la ganancia y de la
destrucción, de la guerra. Al mismo tiempo, veían cómo disminuían los espacios
públicos, o cómo estos espacios carecían de la centralidad que deberían tener
en la conducción de las cosas humanas. Por eso es que la aparición de los medios
masivos de comunicación y las formas de administración del tiempo libre eran
preocupaciones de estos filósofos, quienes veían que en lugar de ampliar la interacción
política, cultural y discursiva lo que hacían era introducir formas sutiles de
control y de influencia basadas en la desinformación y la manipulación. Vamos a
plantear ahora algunas ideas sobre espacio público en la actualidad, desde México.
La ocupación de
lo público por lo privado
Arendt hablaba, como ya decíamos, del teatro como
ejemplo del arte público por excelencia, pero de ese teatro que funcionaba como
forma de representación pública de los valores y de las incertidumbres de la
sociedad, para traducirlas en un lenguaje corporal y verbal que se expone a un
público que nunca es pasivo, que nunca acepta todo, y que siempre tiene la
oportunidad de reaccionar si lo quiere (y no del teatro de México controlado por
las televisoras para ofrecer diversión y relajamiento). Es interesante que para
Habermas la historia del espacio público moderno tiene que ver con la formación
de la burguesía (de las clases propietarias y emprendedoras de los siglos XVIII
al XX) que abrieron espacios como la tertulia, la comida o la cena. Allí se
reunían las personas a consumir delicadezas culinarias, fumando puros y
bebiendo whiskey o coñac; allí mismo (con todas sus restricciones de diferenciación
entre hombres y mujeres) las personas se reunían y tomaban decisiones no sólo
de los negocios privados sino de asuntos públicos, como construir museos, escuelas,
iglesias, comedores para los desamparados, parques, calles o servicios que
mejoraran la vida de las ciudades. La aparición de los periódicos y las
revistas, así como lo sermones en las iglesias y los pasquines que se
distribuían de manera clandestina en algunos imperios europeos, eran también
parte de ese espacio público que se abría paso junto con la burguesía y los círculos
políticos de nacionalistas, proletarios, grupos religiosos y políticos. No
olvidemos por ejemplo que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels fue
concebido como un pasquín para la discusión pública, y no como un texto
académico. El periodismo, la caricatura política, la poesía, el teatro y la
música eran de alguna forma medios de comunicación que llegaban a la gente de
muchas formas y tenían un impacto en la producción de la opinión pública.
Si tuviéramos que hacer una topografía del espacio
público en el México actual ¿qué nos vendría a la mente? ¿por dónde haríamos la
historia de ese espacio y cuáles serían sus cascarones arquitectónicos? El
espacio público contemporáneo, por ejemplo, asume muchas formas arquitectónicas
o electrónicas (es decir, muchos cascarones de la acción pública): el mercado,
la plaza o zócalo, el parque, la calle, la iglesia, el teatro, el estadio, la
cámara o parlamento, el centro recreativo; y ahora también podríamos agregar los
medios masivos de comunicación y las comunidades virtuales. Pero no hay que olvidar
que el espacio público no es la estructura arquitectónica o ahora electrónica, sino
la acción humana que allí ocurre. Así, incluso la casa, ese dominio de la
rutina para la sobrevivencia y el comando del jefe de familia y proveedor,
puede en algunos momentos volverse espacio público, cuando los miembros de la
familia se reúnen (¿incluyendo a la trabajadora doméstica, a los niños y a los
ancianos?) para tomar decisiones sobre el rumbo de la familia. El aula
universitaria también podría ser ejemplo de espacio público, cuando los
diálogos son abiertos, el debate nutrido e informado, y la participación
diversificada es amplia. Pero igual se puede decir que el aula es lo contrario
a un espacio público cuando no hay ni diálogo, ni debate, ni pensamiento, y
sólo se trata de repetición y autoritarismo. Lo que hace público al espacio
es la interacción que en ese se produce, las características de la interacción.
Otro problema es que algunos de estos espacios se rigen
por reglas de acceso y de intervención que restringen también el carácter
público, sin quitárselo del todo (la cámara de diputados, por ejemplo). Eso recuerda
que aunque lo público implica que todos tenemos algún tipo de acceso y de valor
en ese espacio, no todos tenemos la información, la preparación lingüística, la
habilidad, pero sobre todo la credencial, el prestigio y la autorización
burocrática para tener participación dentro del mismo. A veces,
como ocurre por ejemplo en las cámaras de representantes, las restricciones son
muy claras y reducen la entrada sólo a ciertos grupos (como el análisis
recientemente presentado en la prensa que habla de menos de 100 familias
dominando el congreso de la unión en México en el siglo XX y lo que va del XXI).
Otros espacios públicos son apropiados de manera
privada y con ello pierden parte de su carácter público: algunas playas, por
ejemplo, pero sobre todo los medios de comunicación. Aunque los diarios y las revistas,
las publicaciones periódicas, y luego las transmisiones de radio, de televisión
y de internet surgieron como medios para ampliar la comunicación de ideas y
opiniones, también se han convertido en enormes e influyentes empresas que regulan la información. Su
influencia en la formación de la opinión pública entre cierto sector de la
sociedad es innegable, y casi no existen políticos o empresarios que no pongan
un poco de atención en los medios masivos de comunicación. El problema es
cuando en esos medios se insertan tanto los intereses de las empresas de
comunicación como de sus socios para tratar de influir en un cierto sentido al
público. La utilización de información manipulada, de criterios editoriales que
ocultan cosas y destacan otras, o de francas mentiras, es parte de la producción
del mensaje público. Una parte, por ejemplo, de las publicaciones está
destinada ya de entrada a actividades comerciales; y la otra pasa por criterios
editoriales controlados por un comité. La comunicación por internet, sin
embargo, no tiene (todavía) las restricciones y los controles que sí predominan
en los medios impresos, la televisión, la radio y otros medios. Finalmente, ¿quiénes
tienen la capacidad económica de comprar espacios en esos medios, y quienes
nunca podrían soñar en poner una de sus ideas en alguno de ellos? Otros Muchos
de estos espacios, además, implican una interacción de otro tipo, por
ejemplo, el gozo personal o la diversión privada, o el relajamiento y la fuga
de las dinámicas cotidianas del trabajo y la casa. Aunque el bar, la cantina, el
restaurante, la fiesta o la parrillada de fin de semana, el girls night, pueden
servir a las clases medias como espacios públicos, también es verdad que las
dinámicas muchas veces están dominadas por el consumo, la “diversión”
controlada y administrada (como en las vacaciones “todo incluido” en las playas,
o en tours organizados como negocio).
Finalmente, tenemos también que no todos tienen el
mismo acceso a los espacios públicos. No hay que olvidar tampoco que muchas
personas están en la arquitectura del espacio público sin tener una
participación en el espacio público en sí: los trabajadores de la cámara de
diputados o de las cantinas (aunque algunos bar tender o meseros suelen
intervenir también en las conversaciones). Algunos sitios, como los
aeropuertos, los transportes públicos y las carreteras, funcionan más bien como
no-lugares, en el sentido de Marc Augé: lugares de paso, que representan más
bien el vacío del contacto social y del intercambio de ideas. Hasta los muebles
están diseñados para que la gente no hable: líneas de asientos laterales y
pantallas de televisión con la misma basura de siempre. La ocupación de lo
privado en el espacio público no es algo que haya aparecido recientemente. Ya
Marx advertía que las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, y
vemos cómo todos los días, por diversos medios, hay una cancelación del diálogo
y una gran cantidad de fuentes de supuesta información que están tratando de
ordenar lo que debemos comprar y consumir, como debemos actuar, vestirnos,
comportarnos. Lo público, en fin, está en constante amenaza en nuestras
sociedades de administración de la comunicación. El estado del espacio público
(como espacio de surgimiento de la opinión pública) se revela claramente en los
casos de censura.
Censura
Un producto del espacio público es la opinión
pública. La opinión pública no es un conjunto de ideas o de planteamientos
perfectamente acabado, acotado y unidireccional; en realidad estamos hablando de
la circulación de información, el intercambio de ideas y la permanente revisión
de las decisiones, de los resultados y de los rumbos. Sin embargo, la opinión
pública también puede surgir de un espacio público en el que no existen las
condiciones señaladas y donde la mentira, la falta de información y las
opiniones simplistas y sin fundamento conducen los mensajes y la recepción de
los mismos. Más que una labor de hacer surgir el espacio público, algunos
medios parece que se dedican a cancelarlo y a tratar de ocultar cosas, a
conveniencia de los empresarios de la comunicación y de sus clientes. ¿Cuántos productos
del mercado de consumo económico y político no están disfrazados
para su venta - desde una mermelada hasta un candidato a presidente? Lo que consumimos en el supermercado o en las elecciones ha sido
cuidadosamente disfrazado en la propaganda para que nosotros creamos en un
mensaje. La mercadotecnia es una ciencia práctica que sirve para producir la
opinión por medio de la manipulación de información, ya sea verbal, oral o en
imágenes, por medios impresos o electrónicos. Se podría decir que ésta es la
forma sutil de influir en la opinión pública y, con ello, de decidir el rumbo de
la sociedad sin tener que discutir tanto y sin poner en riesgo ciertos
intereses comerciales. El crecimiento del mercado de asesores de campañas
comerciales y políticas revela mucho de la situación en que se encuentra el
desequilibrio actual de las relaciones entre lo público y lo privado, y de la
estructura misma del espacio público. De hecho, cuando alguien requiere de
diálogo o de información, hace un análisis espontáneo acerca de cómo está
compuesto el espacio público. Si por ejemplo, queremos saber si el cereal que
vamos a comprar en el supermercado contiene algún ingrediente en especial
recurrimos a leer la etiqueta, una cosa que muchas personas no hacen porque
como el anuncio en la tele ya los convenció ya no lo necesitan. Pero si
encontramos que en la etiqueta o la caja no dice claramente lo que queríamos
saber, entonces empezamos a buscar en internet, usando alguna aplicación del
celular. Por supuesto los productores de estas cajas van a dar pocos detalles
adicionales, pero encontramos a veces páginas o portales con discusiones sobre
el azúcar, las calorías, los colorantes o algunos aceites vegetales, o sobre las formas de trabajo con que son producidos los ingredientes o el producto en su conjunto, que no necesariamente
están señalados en las etiquetas. También usamos el celular para mandar un
whatsapp a un amigo o amiga que pueda asesorarnos en estos temas, por su
actividad profesional o por ser de esas personas que no meten a su cuerpo
cualquier cosa. Entonces podemos tomar decisiones más informadas. Pero todo
esto implica que tenemos un celular con aplicaciones de internet, que tenemos
amigos con gustos controlados por ciertos criterios muy espaciales para el
consumo, y que comemos cereal de caja. Somos de cierta clase del consumo.
Además, no tocamos intereses muy grandes tomando decisiones y construyendo un
pequeño espacio público, así que no enfrentamos resistencias: al final vamos de
todas formas a comprar.
Pero otra forma muy clara de ver el estado del espacio
público es la censura. Deberíamos tener estudios más detallados de la censura
en México, y de las formas en que opera y los criterios que usa y quiénes son
los encargados de promoverla y de aplicarla. Está por ejemplo la censura en el
cine, la clasificación de las películas por rangos de edad para el público que
acude. Pero es más intrigante, y sobre todo central al análisis del espacio
público, cuando ocurren casos que atacan directamente a la producción del
espacio público en los cuerpos de los periodistas. México es hoy uno de los
países que mayores agresiones y homicidios contra periodistas registra. En
muchos casos se alega que no son los aparatos gubernamentales (lo público) el
origen de esas agresiones y muertes, sino intereses privados. Sin embargo, en
un sentido general (y sin dejar de señalar que se trata de crímenes sobre
personas) lo que parece indicar todo esto es que el espacio público mismo está
en cuestión. Si es verdad que los intereses del crimen organizado o de grupos
políticos son los que orientan esas acciones, entonces vemos otra forma de
ocupación del espacio público por los intereses privados. Pero no siempre es
así, como lo muestra el caso Aristegui y su equipo de periodistas. Se trata de
una periodista de los medios, radio, internet e impresos, que recientemente
puso varios temas en la discusión pública que referían a conflicto de intereses
en las más altas esferas del gobierno federal (el presidente, su esposa y
algunos secretarios de estado). Sus reportajes (y sus programas en general)
habían ganado una audiencia muy amplia, y producían efectos en la opinión
pública al grado que otros medios del país y del extranjero retomaron los temas
y presionaron para hacer investigaciones al respecto. Allí va el asunto.
La empresa donde trabaja Aristegui decidió cancelar el
contrato que tenía con ella y su equipo, y separarla lo más posible. Aquí
empiezan las dudas, ya que la información es escasa y parcial: ¿La decisión fue
tomada por razones de criterio editorial? ¿O hubo presiones de parte del
gobierno federal para que se tomara esa decisión? ¿Si no hubo presiones, lo que
está en juego es la posición de la empresa en sus negociaciones con el gobierno
para mantener y/o obtener concesiones para operar medios –porque estos están
sujetos a permisos del gobierno federal? ¿En qué piensan los directivos de la
empresa? La censura se produce aquí con la operación de diversas instancias de
lo público y lo privado, que muestran cómo está la situación del espacio
público en México. Los mecanismos actuales de vigilancia sobre los medios y
sobre las decisiones sobre su utilización pueden llevar a años de
investigaciones que no repercuten en nada, y que demeritan en la formación de
un espacio público sólido y vigoroso en México; en cambio, los pequeños
esfuerzos por abrir el espacio público, hacerlo más grande y decisivo para la
vida del país están sujetos a censura, si no por parte del gobierno sí por
parte de las mismas empresas de medios que prefieren mantener su posición y
ganancias que hacer un compromiso con la creación y expansión del espacio
público.
Pero la censura no opera sola, ni aquella sutil que
aparece todos los días y regula nuestras opiniones y decisiones cotidianas, ni la
que se muestra abiertamente en forma de represión a periodistas o dirigentes
políticos, o de cancelación de programas de amplia difusión de información y
con gran impacto en la formación de la opinión pública. La censura opera justo
allí en donde aparecen transgresiones que afectan intereses específicos. Así
como los periodistas locales han confrontado a empresarios y políticos (aunque
en algunos casos no sean realmente ejemplo de periodismo puro, y puedan estar
jugando al juego del poder y el "chayote") hay acciones que abren discusiones
sobre lo que no se discute ampliamente, y llegan a tener éxito. Aristegui tuvo éxito, y
por eso su separación de la empresa no apaciguó la discusión sino que la llevó
a nuevos niveles. Y allí sigue. Igual se puede decir de otras acciones que tuvieron
repercusiones interesantes y amplias. Una que ahora recuerdo es el movimiento #YoSoy132.
Nacido de un acto más o menos espontáneo, el movimiento logró abrir un espacio
de discusión en un amplio sector de la sociedad, sobre todo entre una
generación de primeros votantes, informados y con capacidades técnicas para
establecer comunicación nacional sin necesidad de radio o televisión. La presencia
del internet y todas las opciones de intercambio de información y organización,
fue un elemento que jugó a favor de esta forma de transgresión relativa frente a
los medios. Dos efectos son fundamentales: finalmente los medios establecidos
tuvieron que reconocer su presencia pública, su relevancia y tuvieron que dar
la voz a algunos de ellos. Los propios políticos y candidatos tuvieron que
reconocer igualmente su presencia y relevancia, y aceptar contrapuntear sus
ideas con ellos, en público (todos, menos uno, que ya sabemos quién es). Y al
final, quizá la caída de casi el 50% de votos en las encuestas iniciales, a menos del 40% del candidato que
encabezaba preferencias me parece que fue producto de esta generación y de su
acción de abrir el espacio público, de crearlo allí donde no parecía que
pudiera surgir. Abrir el espacio significa poner algo a análisis y debate (a
diferencia de otros que en lugar de abrir buscan imponer su visión, o hacer silencio). En el caso del #YoSoy132 no había
nada que imponer: era sólo la desconfianza, una desconfianza transgresiva y corrosiva.
Esa quizá es la tarea más importante de la democracia:
abrir el espacio público, o crearlo cuando la censura y la autocensura de los
empresarios de los medios ya opera para cancelar el diálogo y sustituirlo por
diversión, por candidatos que bailan o hacen mala música, o que dicen cualquier
mensaje aislado sin contenido, ni forma, ni conexión con planes de trabajo. Frente a esto, yo sigo
siendo 132. Pero también hay otros niveles en los que se puede
ampliar o crear el espacio público: las escuelas y en especial las
universidades deberían ser un puro espacio público, donde todo se discute y se
analiza. Las plazas públicas deberían tener más teatro y música para reunir a
la gente y mover sus sentimientos y sus ideas. Hace tiempo, por ejemplo, unos
amigos pensaron que el trayecto entre un punto y otro en la ciudad de México,
en autobús, no tendría que ser una experiencia de no-lugar, de algo efímero e
intrascendente. Por el contrario, montaron en el camión varios experimentos:
exposiciones de pinturas, música de jóvenes músicos profesionales, o
información sobre los barrios y colonias por los que el transporte iba pasando.
La gente, según me dicen, cuando tenía tiempo, prefería quedarse un rato más a
escuchar o recibir información, en lugar de bajar en su parada. En cambio, el
metrobus va lleno de gente apretujada y acalorada que debe soportar los videos
musicales y los comerciales que de por sí ya ve en la televisión. En estos contextos
la lectura de un poema podría ser transgresivo, en tanto mueve la atención y la
emoción, y abre la comunicación. Es eso lo que está en juego, la comunicación,
que es lo esencial del espacio público y la opinión pública.
Referencias
Arendt, Hannah. La
condición humana. España, Paidós Ibérica, año 2011.
Augé, Marc. Los
no lugares. Espacios de anonimato. Barcelona, GEDISA, 1993.
Habermas, Jürgen. Conocimiento
e Interés. Madrid, Taurus, 1982.
Tourain, Alain. “Los movimientos sociales”. REVISTA
COLOMBIANA DE SOCIOLOGÍA, Nº 27. 2006: 255-278
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