Uno de los problemas
amplios a los que nos aproximamos en el curso fue el de la relación entre
sociedad, cultura y poder, y sobre esto se dieron varias posibles alternativas
en los diferentes ensayos. Por ejemplo, en el trabajo de Schlitter se propone
considerar una relación de complementariedad o continuidad entre Sociedad (relaciones) y cultura
(modo de vida, percepción y guía de acción) siguiendo a Clifford Geertz y a
Gilberto Giménez. Igualmente sugiere incluir en el polo de la cultura diversos
aspectos: interacción simbólica, códigos compartidos, universos simbólicos. Por
ello nos propone partir de una idea de cultura como una especie de matriz de
significados objetivados socialmente y apropiados subjetivamente, que se expresan en un proceso
de comunicación social, lenguaje y discurso; por ello el centro del análisis son los
procesos de producción y apropiación – construcción).
Si el foco se pone en esa dimensión cultural-discursiva, podemos poner atención en dos aspectos del proceso de construcción: una amplia, que es la construcción social de la realidad (Berger y Luckmann); y otra más específica, que es la disputa por los significados que genera la dinámica simbólica (por lo que hay que identificar, también, campos poder). Esta dinámica se da por la diversidad de posicionamientos de los actores, de habitus (Bourdieu). Pero entonces hay una serie de problemas en este argumento: a) ¿El discurso es entonces sólo comunicación y símbolos transparentes? ¿o se torna más bien en ideologías (Lomnitz) o en dispositivos de poder (Foucault) en parte obscuros, en parte inconscientes? b) Considerando específicamente algunas interpretaciones conceptuales en el texto de Schlitter, pregunto: ¿Habitus en Bourdieu es la incorporación de los sentidos compartidos y, por tanto, el aspecto “subjetivo” de la cultura? ¿No hay una tensión más fuerte entre la noción de habitus y la de cultura, y entre habitus y subjetividad? Si no hay una tensión entre estos conceptos: ¿Qué agrega entonces el uso del concepto de habitus? c) Por otra parte, ¿Las representaciones sociales pueden ser tomadas como actuaciones (Goffman) y como marcos cognitivos (Giménez, Moscovici) o memoria semántica (Van Dijk) y son parte entonces del habitus? En fin: desde la perspectiva de Schlitter es posible combinar una perspectiva simbólica de la cultura y el análisis del poder; queda por resolver cómo es posible eso.
Si el foco se pone en esa dimensión cultural-discursiva, podemos poner atención en dos aspectos del proceso de construcción: una amplia, que es la construcción social de la realidad (Berger y Luckmann); y otra más específica, que es la disputa por los significados que genera la dinámica simbólica (por lo que hay que identificar, también, campos poder). Esta dinámica se da por la diversidad de posicionamientos de los actores, de habitus (Bourdieu). Pero entonces hay una serie de problemas en este argumento: a) ¿El discurso es entonces sólo comunicación y símbolos transparentes? ¿o se torna más bien en ideologías (Lomnitz) o en dispositivos de poder (Foucault) en parte obscuros, en parte inconscientes? b) Considerando específicamente algunas interpretaciones conceptuales en el texto de Schlitter, pregunto: ¿Habitus en Bourdieu es la incorporación de los sentidos compartidos y, por tanto, el aspecto “subjetivo” de la cultura? ¿No hay una tensión más fuerte entre la noción de habitus y la de cultura, y entre habitus y subjetividad? Si no hay una tensión entre estos conceptos: ¿Qué agrega entonces el uso del concepto de habitus? c) Por otra parte, ¿Las representaciones sociales pueden ser tomadas como actuaciones (Goffman) y como marcos cognitivos (Giménez, Moscovici) o memoria semántica (Van Dijk) y son parte entonces del habitus? En fin: desde la perspectiva de Schlitter es posible combinar una perspectiva simbólica de la cultura y el análisis del poder; queda por resolver cómo es posible eso.
Cruz elige un camino
diferente en esta interrelación entre cultura, sociedad y poder. Se enfoca de
entrada en las tensiones y diferencias entre cultura como visión holística, por un lado, y
habitus, que representa una ruptura con aquella perspectiva sobre cultura y sus
implicaciones. La noción de habitus conlleva abandonar aquella mirada que se
enfoca en los significados y las subjetividades para poner atención, siguiendo
a Bourdieu, en las luchas por la definición y delimitación de lo que es la
“cultura”, lo que implica posicionamientos y recursos diversificados y
contrapuestos en diferentes formas. En la perspectiva de Bourdieu, habitus
representa una reelaboración de lo simbólico y de su vínculo con las relaciones
sociales, es decir, el poder; implica salir de una categoría analítica con una
larga historia y de amplio uso popular: cultura como modo de ser o como trama
de significados, que entonces pone atención en la internalización y la
subjetividad cuando habla del individuo. En cambio, habitus nos dirige a la
forma en que “La Cultura” es su recurso en las luchas por las visiones y
divisiones del mundo. El uso que se hace en las disputas políticas de términos
como cultura, comunidad y tradición, muestra esta condición de recurso. Para
ejemplificar estos usos de la cultura como recurso, Cruz analiza dos movimientos
religiosos: uno neopentecostal y otro de pastoral indígena católico, en cuyos discursos
se emplean las ideas de cultura, tradición y comunidad como objetos naturalizados.
Habitus entonces implica una ruptura con la noción convencional de cultura.
Olhrum también
encuentra una tensión crítica entre cultura y poder en su análisis de las
distancias existentes entre ecología cultural y ecología política. Ella analiza
las fuerzas que influyen en las relaciones entre las personas y el medio
ambiente. Su interés es mostrar como ciertas identidades son borradas o
negadas y con ello se busca su exclusión en la definición de las formas de
manejo del medio; también en cómo, a través de este proceso, la naturaleza es
convertida en mercancía. Se trata de un cuestionamiento de jerarquías
ampliamente implicadas en ciertas ideologías: la superioridad de la cultura
frente a la naturaleza, como la inequidad en los derechos que pone a las
mujeres (entre otros grupos o categorías sociales) frente al manejo de los
recursos. Pone entonces énfasis en la forma en que la disputa entre grupos
lleva a la redefinición de las propias identidades de los grupos y de la
definición misma de lo que es naturaleza, cultura, espacio, lugares y género.
Para hacer eso recupera, como concepto central, la noción de agency,
proponiendo ir de una visión como la de la ecología cultural (centrada en la
influencia del medio sobre la sociedad y viceversa) a una perspectiva de ecología
política (enfocada en las disputas por el manejo, el entendimiento y el control
del medio, y cómo ocurre esto particularmente en el contexto del capitalismo).
Gaitán hace la misma distinción entre una visión culturtal de la ecología y una
visión política. La ecología política, dice, es un campo emergente en la
etnografía, vinculada al marxismo de Eric Wolf y la teoría del sistema mundo de
Wallernstein, como también al análisis del biopoder y la gubernametalidad en
Foucault. Significa, a diferencia de la ecología cultural, que la naturaleza
está humanizada y que la relación con la naturaleza es desigual y depende de
relaciones sociales de poder, siguiendo a Escobar.
En general, los
trabajos muestran una disyuntiva: o bien, que la teoría cultural puede mantenerse
con cierta consistencia, en su acepción simbólica, subjetiva y de trama de
significados; o en cambio, que la noción de cultura debe ser profundamente reformulada
desde enfoques que pongan atención en las relaciones de poder, como desigualdad
que produce desigualdades, y como lucha y manipulación de significados. Esta
tensión seguirá apareciendo en los diversos temas de interés mostrados en los
proyectos y en los ensayos.
José Luis Escalona Victoria
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