Vivir on-line
José Luis Escalona Victoria, CIESAS-Sureste, México
Notas para la mesa ¿QUÉ NOS PASÓ? MANTENIENDO EL
TRABAJO DE CAMPO DESDE EL AISLAMIENTO. RE-CONOCIENDO DESDE EL AISLAMIENTO, en
el marco de las IX JORNADAS DE ETNOGRAFÍA Y MÉTODOS CUALITATIVOS, organizadas
por El Centro de Antropología Social del IDES (Argentina virtual, 12, 13 y 14
de agosto de 2020).
Una de las preguntas que se ha presentado en los foros
de investigación etnográfica en tiempo de pandemia es cómo continuar haciendo
etnografía en el encierro, tanto de los investigadores como de las personas con
quienes trabajamos. Me gustaría en esta ponencia reformular la pregunta a
partir de lo que ha ocurrido en la vida de las personas de los barrios y
pueblos de Chiapas en las últimas décadas, particularmente con la expansión de
los medios electrónicos de comunicación. Mi pregunta es cómo el mundo de estas
personas se ha transferido parcial y selectivamente al espacio de la
comunicación de masas y al espacio virtual. Es decir, la pregunta no es qué
hago yo cómo investigador para continuar mi trabajo en línea, sino qué tanto de
lo que nos interesa ya vive en el espacio virtual.
Chiapas es un estado con características que hay que
considerar para responder a esta pregunta. Ubicado en el sur de México y en
frontera con Centroamérica, no experimentó la presencia directa de la industria
manufacturera ni la informática; es el estado más rural de México, con una
economía agropecuaria y de servicios, especialmente para el turismo; además arroja
una importante cantidad de población en edad productiva a zonas de gran demanda
de mano de obra barata (en México y en Estados Unidos). Hace tres décadas
empecé a hacer investigación en una de esas zonas rurales, en las cercanías de
la frontera con Guatemala, en poblados de entre 100 y 2000 personas, en medio
de montañas o valles de varios climas. Después, estuve trabajando en poblados
un poco más al norte, con más habitantes, en las montañas del centro del
estado, alrededor de la ciudad en donde vivo: San Cristóbal de Las Casas. Los
proyectos de investigación han sido diversos y de distinta duración: la
presencia de refugiados guatemaltecos que huyeron del conflicto en Guatemala
entre los setenta y ochenta; la política en poblados tojolabales (una lengua
mayanse) en un período de conflictos agrarios, religiosos, político-electorales
y del levantamiento del EZLN; la infancia y adolescencia en Chiapas; los usos
de los medios electrónicos en municipios indígenas; entre otros temas. Por
estos proyectos he podido registrar algunas transformaciones en la vida de las
personas en varias poblaciones indígenas. Me enfocaré aquí sólo en cosas que
son relevantes para nuestra pregunta.
Cuando recién llegué a Chiapas en 1987, no sólo no
había internet, tampoco llegaban muchos servicios básicos a algunos de los
poblados. Estuve, por ejemplo, en campamentos de refugiados y pueblos mexicanos
a los que se llegaba por carreteras de terracería en un único viaje en autobús
al día, y donde con dificultades había escuela primaria, algún teléfono (que
podía dejar de funcionar por días), energía eléctrica (sólo en los poblados grandes),
clínica atendida por promotores de salud y no se disponía de drenaje ni de agua
entubada. Había radio, eso sí, y era parte de la vida cotidiana, pues desde muy
temprano se mandaban mensajes, y parte de la comunicación se hacía en las
lenguas habladas por la gente. Esa era la diferencia con la televisión, más
unilateral, contemplativa, pero que al final también se integraba en la vida de
las personas a través de los anuncios y las telenovelas, cuando se podían ver
en los pocos aparatos que había en las casas de los maestros o los comerciantes
de café o de ganado. Alguna importancia debe tener, pues el gobierno central de
México distribuyó gratuitamente una pantalla a cada familia inscrita en las
listas de beneficiaros de programas oficiales para población marginada, cuando
se dio el cambio de señal analógica a digital en 2015.
Junto a estos aparatos, desde finales del siglo XX,
irían llegando los juegos electrónicos, los reproductores de música y video de
diferentes formatos y los aparatos de amplificación de sonido e imagen, usados
no sólo para el trabajo de las instituciones sino, por ejemplo, para el
proselitismo religioso (las zonas de población indígena de Chiapas tienen los
más altos porcentajes de conversión a iglesias no católicas del país). La
llegada de cámaras de foto y video también fue significativa, pero aún
restringida por el costo de los equipos.
Cuando apareció el internet en Chiapas, su expansión
siguió la de otros medios de comunicación, pues se necesitaba las líneas
telefónicas para hacer conexión. Así que su presencia se dio en lugares como
oficinas gubernamentales, escuelas y clínicas, o en iglesias. Los costos de los
equipos además restringieron su presencia entre la población más pobre (la
mitad de los habitantes del estado según cifras oficiales). La apertura de
nuevas escuelas de educación media y superior, sin embargo, llevó a que jóvenes
estudiantes empezaran a usar equipos personales de cómputo. También entre ellos
empezaron a aparecer primero fotógrafos, y luego, entre los del nuevo milenio, cienastas,
videoproductores, junto con artistas e intelectuales que apoyados por
instituciones o asociaciones civiles adquirieron habilidades, equipos y
públicos para sus productos.
Igualmente, se ha abierto un enorme mercado de
productos hechizos en formatos de cassette, BETA y VHS (después les explico a
los más jóvenes qué es eso), y luego en CD, DVD y ahora memorias USB, que se
venden en todas las cabeceras de la región, en las que se encuentra no sólo
copias piratas de películas y audios de editoriales comerciales, sino también producciones
locales de música, video, que incluyen desde alabanzas cristianas, onda
grupera, hiphop hasta video-porno, todo en lenguas locales o de las habladas en
poblaciones vecinas de Guatemala y de otros países de Centroamérica.
Estos medios implican un consumo y una producción de
mensajes audiovisuales, cada vez a costos más bajos. La radio fue el primero de
todos, al grado de que hoy existen más de tres decenas de estaciones de radio
no registradas oficialmente. Ha habido marchas contra el gobierno para evitar
que esas estaciones de radio “clandestinas” sean bloqueadas. Hay incluso
algunas presidencias municipales que usan señales de televisión que logran
bajar con antenas levantadas en años recientes, las cuales pueden interferir
para transmitir mensajes o, sobre todo, las fiestas populares en vivo. Luego
vino la avalancha de videos y audios, con jóvenes de los pueblos cantando en
paisajes naturales o en calles bucólicas, imitando a grupos de moda o
reelaborando géneros populares con una estética propia. Muchas de esas obras
llegan ahora también a internet.
Lo que causó otra revolución fueron los teléfonos
celulares, en especial por su costo comparativo más bajo y su versatilidad
(pueden ser usados como receptores de radio, cámaras de foto y video, equipos
de edición, de transmisión y de recepción de mensajes, etc.). Otra ventaja
relativa del celular es su independencia de las señales fijas de teléfono,
aunque a pesar de los anuncios de las compañías, la señal no llega a todas
partes. Hay un elemento más sobre el celular, que es muy importante: mientras
que en generaciones anteriores de lingüistas y antropólogos se pronosticaba una
lenta desaparición de algunas lenguas indígenas, ahora se investiga cómo las
nuevas generaciones están escribiendo más en sus lenguas, no por los programas
institucionales sino por los celulares, más allá de las reglas establecidas
para la estandarización de la escritura en los encuentros de especialistas.
Muchas de estas cosas que aquí reseño apretadamente
están ahora en internet. Viven allí, justo porque los que las producen y
consumen así lo deciden. Su presencia se puede medir de diversas formas. Por
ejemplo, un artículo de un comunicador en Chiapas que circuló recientemente[1]
muestra facetas de esas vidas en internet. El artículo analiza distintos casos
de movilización de pobladores, en contra de personal de instituciones de
gobierno que acudía a los pueblos a fumigar para evitar la proliferación de
mosquitos transmisores de enfermedades (Zika, dengue) o insectos que dañan las
frutas; también pobladores que han agredido al personal médico acusándolo de
propagar enfermedades o haciéndolos responsables de muertes por la pandemia; igualmente
de personas que no toman ninguna precaución, pues consideran que el coronavirus
no existe. Otra protesta, que se dio en la cabecera del municipio en donde he
trabajado por más tiempo, acusaba a Bill Gates de ser el creador y difusor del
virus, con el único propósito de matar a personas mayores por improductivas. El
autor del artículo plantea un trío de problemas inquietantes: primero, se trata
de casos que se han producido en distintos puntos del estado y cuyo elemento
común es la información en redes sociales; segundo, que las instituciones
educativas y científicas tienen un poder de comunicación mucho menor que el de
las teorías de conspiración que circula por los celulares; tercero, que algunos
grupos locales de influencia (políticos y religiosos) hacen uso de esta
influencia de las redes para agendas diversas.
Un poco antes de que se propusieran las medidas de
confinamiento, charlé con algunos conocidos de poblaciones de la región donde
he hecho trabajo. Hablamos de los jóvenes que se fueron a los Estados Unidos,
para los cuales la única opción es trabajar por más de 6 años allá para pagar
la deuda que contraen para pagar el viaje, incluido el cruce legal o ilegal de
la frontera. El cierre de las operaciones en las empresas en los Estados Unidos
pondría en muchos aprietos a estos jóvenes, pues no tendrían dinero para su
subsistencia y tampoco para pagar la su deuda, que seguiría aumentando. Además,
antes de cerrar los restaurantes en la ciudad, en los pueblos alejados ya se
había hecho asambleas para tomar medidas: en el pueblo del amigo con el que
hablaba mientras bebíamos una cerveza en un restaurante (después de limpiar las
manos con gel anti-bacterial) ya no dejarían entrar a nadie en unos días por
temor al contagio (por lo que él mismo debía regresar cuanto antes); pondrían
barricadas y bloquearían la entrada a los que llegaran o los obligarían a pasar
unos días en una casa para hacer cuarentena. Luego, por otros amigos y por
whatsapp fui sabiendo de barricadas en las carreteras y de expulsión de
migrantes recién regresados; pero también, de la incredulidad en otros lugares
acerca de la enfermedad. Recibí incluso una llamada por whatsapp desde los
Estados Unidos, de un joven que recién había llegado allá, y que me decía que
estaban a la expectativa, pero que había trabajo. Por supuesto, él como muchos
otros forma parte de esos trabajadores esenciales que no se ven, pero que no paran de trabajar (ni por pandemia) y por los
cuales hay vegetales y frutas en los mercados.
¿Qué otras partes de la vida de las personas están ya en
línea? ¿Cómo se vive la educación a distancia, las relaciones personales, el
comercio o el entretenimiento? ¿Qué más se está produciendo y subiendo a
internet en este período de confinamiento? Antes de la pandemia la posibilidad
de encontrar material susceptible de exploración etnográfica estaba ya en la
red. No obstante, no todo está allí. Además, nada tecnológicamente hablando sustituye
la presencia en los lugares, con sus olores, sabores y colores, con la interactividad
de la conversación que incluye movimiento, desplazamiento, gesto, la
experiencia que incluye el transcurrir de las cosas en su sitio, sin previa
cita, sujeta a lo que Malinowski llamó los imponderables.
Pero, igualmente, esa vida fuera de la red ya estaba antes de la pandemia, dar
cuenta de ella depende de la profundidad etnográfica de las personas que
investigamos, de saber cómo aprehenderla en palabras y en otros registros de
campo. Y si no está en las redes, también es por algo.
Después de varios años de investigación, con nuevas
preguntas que llevaron a la revisión de archivos, de borradores y publicaciones
de otros tiempos, y de notas de campo ahora vistas a distancia, la reclusión
por la pandemia no me afectó tan grandemente. Hace rato que la investigación (y
no la pandemia) me tiene sentado insanamente frente a la computadora. El reto
mayor ahora es para quienes planeaban iniciar la experiencia etnográfica, o
continuar puntualmente una exploración de campo en curso. No queda más que
esperar a que las condiciones cambien y podamos reanudar la marcha; mientras
tanto, podría servir la pregunta sobre qué de eso que nos interesa vive ya en el
mundo virtual, y cómo podemos interactuar con ello.
[1] Leonardo Toledo Garibaldi, La suma
de todos los miedos: covid-19 en las cadenas de WhatsApp de Chiapas, Pie de Página, 17 de julio del 2020;
disponible en: https://piedepagina.mx/la-suma-de-todos-los-miedos-covid-19-en-las-cadenas-de-whatsapp-de-chiapas/